Miguel Ángel Ortiz ha vivido los peores tiempos del Circo, que se desangraban por dos graves problemas. Los abusivos precios que les imponían los ayuntamientos por dejarles acampar en un pedregoso erial. Y la guerra entre empresas circenses que les llevó a tapar los carteles de los demás, a dejar rodar bulos sobre el competidor, a incluir en sus programas, que hasta entonces rebosaban de fuerza, equilibrio, gracia y destreza -las cuatro virtudes cardinales del Circo-, unos intermedios donde pululaban unos pobres mercenarios obligados a disfrazarse de los más estúpidos personajes televisivos. Hasta que esos intermedios acabaron arrinconando a los artistas y ocupando el lugar central en su programa.