Una poderosa mezcla de costumbrismo y elementos mágicos. Un homenaje a la fantasía como supervivencia al dolor en los ojos de una adolescente que se resiste a crecer.
Vera tiene 13 años y está rodeada de silencios. El de su padre, tan violento, mientras espera el juicio que puede acabar de romper a su familia. El de su madre, tan repentino, encerrada en una casa de reposo donde van a parar quienes se han convertido en molestia. El de todos los adultos que la rodean, tan injusto. Vera es totalmente inadecuada y no tiene ni idea de la vida.
El verano borbotea y Vera se refugia en su rumor. En el arrullo del río, en la algarabía de la vendimia, en la inquietud de los primeros besos sin sordina. Mientras garabatea “me la suda” en los papeles y busca por todas partes quien le explique qué pasará después de estos meses eternos, pasa el rato con un extraño hombre vestido de monja que se mueve en bicicleta, bebe de los charcos y se arroja desde las alturas. Pero Vera solo quiere gritar.