Una historia de valor y lealtad en la voz de los que nunca la tuvieron. Un relato de amor a los animales. Una causa que necesita ser defendida.
«Nací mestizo, cruce de mastín español y fila basileña. Cuando cachorro tuve uno de esos nombres tiernos y ridículos que se les ponen a los perrillos recién nacidos, pero de aquello pasó demasiado tiempo. lo he olvidado. Desde hace mucho todos me llaman Negro. Los perros de mi casta, ya desde cachorros, tenemos ojos de biejo, alma llena de costurones y mirada resignada», hecho de siglos de sangre y fatalidad. Fue Agululfo quein primero me habl´ço de la desaparición de Teo y Boris el Guapo. Yo había ido esa noche, como de costumbre, al Abrevadero de Margot, junto a la destilería de anís que vierte su desagüe en el río, y estaba allí dándole lengüentazos al canalillo, pensando en mis cosas. O intentándolo.
-Seguimos sin saber nada de Teo- me dijo Agililfo aquella noche. Bebí un sorbo del canalillo y mantuve la cabeza baja y las orejas gachas, preocupado. Teo era mi mejor amigo. O lo había sido hasta pocos días atrás. Un sabueso rodesiano serio y fuerte, muy de fiar.»