George Brassens no ha sido y no será nunca un simple artista de varietés, un cantante ordinario intercambiable por otro. Porque, atravesando su vida y sosteniendo su obra, discurre un hilo conductor: un pensamiento que ha preferido llamar ética. No un pensamiento estancado en certezas, no un manual de axiomas de grandes principios, sino más bien una meditación episódica, un cuestionamiento tumultuoso, una serie de interrogaciones sucesivas que desembocan en respuestas frágiles y provisionales. Las reflexiones y máximas de este volumen son otras tantas huellas de esa ética, otras tantas puntuadas de ese hilo conductor u otros tantos rastros de esas incertidumbres.