Manfredi regresa a los lugares de Teutoburgo para escenificar la batalla que redimirá al ejército romano después de su peor derrota y conferirá a Germánico la gloria para la posteridad. Desde el momento en que, muy jóvenes, se reconocen como espíritus afines, Germánico y Agripina no volverán a separarse. El vínculo que los une es la culminación de una gran pasión. Cuando el joven comandante es llamado a liderar las ocho legiones estacionadas a lo largo del río Rin para redimir el nombre del Imperio tras la derrota de Teutoburgo, Agripina decide seguirlo. A pesar de estar embarazada, participa en la vida del campamento revelando pronto una influencia sobre los soldados mayor incluso que la de su marido. Orgullosos, intrépidos y tenaces, ambos parecen predestinados: si Germánico, hijo del valiente comandante Druso, es el hombre más adecuado para suceder a Augusto, Agripina, hija de Marco Vipsanio Agripa, es una brillante matrona romana. Sin embargo, a la muerte de Augusto el futuro de la pareja se oscurece pues el emperador designa a su hijastro Tiberio como sucesor. Amados por el pueblo y los soldados y temidos por el poder, Germánico y Agripina aceptarán su destino con audacia y conciencia. Años después de su muerte, será el centurión Quinto Sergio Sabino (un fiel servidor del Estado que tuvo la suerte de presenciar sus hazañas) quien contará en sus memorias quiénes fueron el fallido emperador y su esposa guerrera.